¿El cine venezolano es invisible?

Escrito por: Simón Villamizar

Hagamos un experimento. Intente responder preguntas sencillas como ésta: “¿Cuál fue la última película venezolana que usted vio? ¿Quién dirigió esa película? ¿Acaso lo recuerda? ¿Cuál diría que es su cinta venezolana favorita? ¿Quién es su actriz y actor predilecto? Y más aún: ¿Qué géneros le parece que son abordados usualmente por los realizadores del país? ¿El drama? ¿La comedia? ¿El terror?

Luego, pasemos a un nivel de interrogantes quizás un poco más profundas: ¿Cree usted que a los venezolanos les gusta consumir su propio cine? ¿Diría que los espectadores se sienten representados en las películas estrenadas en las últimas tres, cuatro o cinco décadas? ¿Qué le están contando los realizadores a sus espectadores? ¿Y qué le han dejado de contar? ¿Se conectan estos filmes verdaderamente con los venezolanos? ¿Será que la cinematografía nacional está en constante evolución o simplemente dejó de evolucionar? ¿El séptimo arte local ha logrado hacer mella en su tiempo histórico?

Son estas algunas de las preguntas que han inquietado (y siguen inquietando) al joven cineasta venezolano Edgar Rocca, director de El peor hombre del mundo, y al guionista Robert Gómez, que no entienden cómo es que una película local tiene que conformarse con 100 o 200 mil espectadores, cómo es que se han desaparecido cintas que fueron tan importantes como Simplicio, La boda o Yakoo –las copias sencillamente no existen en los archivos-; por qué películas como Hermano, Pelo malo, Azul y no tan rosa o Papita, maní, tostón no se convierten en exitazos de taquilla más allá de nuestras fronteras; o cómo es que la muerte de un cineasta como Mauricio Walerstein haya pasado tan desapercibida en los medios de comunicación. Tópicos todos que podrían dar cuenta acaso de la «invisibilidad» del cine hecho en el patio.

Así que para tratar de responderlas ambos han decidido emprender una interesante cruzada: la realización del documental El cine invisible.

“¿Qué queremos hacer? Tratar de explicar qué quiere realmente el espectador, qué busca la industria, y qué tenemos nosotros que contar que le interese al resto del mundo”, apunta Gómez, guionista de la película El malquerido, dirigida por Diego Rísquez, a sabiendas de que se trata de meter el dedo en una llaga sumamente sensible.

Y desean ir un poco más lejos aún: “¿Qué impacto tienen los premios (en festivales internacionales) en una industria emergente que, por cierto, ya debería dejar de ser emergente en tanto tiene más de 120 años? ¿Cómo se devuelven esos premios a la industria local, más allá de favorecer al ego de asistir a un festival, a otro, y a otro? ¿Qué impacto tienen verdaderamente en los espectadores? ¿Se optimizan en función de la industria?”.

En una primera fase, cuentan ambos, realizaron un gran número de encuestas en las salas de cine. Y luego se reunieron con cineastas veteranos como Román Chalbaud y Solveig Hoogesteijn, así como con otros de la nueva generación como Héctor Palma, además de productores, guionistas y hasta periodistas para tratar de hallar respuestas a sus incógnitas.

«Cuando le preguntamos al segundo grupo cuáles son los problemas más evidentes que ha tenido el cine venezolano para trascender, al menos hay un acuerdo: el tema presupuestario, el tema del guión, la distribución y la exhibición, y la ausencia de una marca y una suerte de apego del espectador por su propio cine, y no porque el espectador sea culpable sino porque nunca se ha cosechado lo contrario. De modo que uno concluye que al menos el análisis existe, pero no se han aplicado los correctivos», explica Gómez.

Y en una una segunda fase del documental, agregan, tratarán de “viajar al otro lado del mundo” para indagar qué significa “el cine venezolano, latinoamericano e iberoamericano», en el exterior”.

“Según las últimas cifras, Iberoamérica produce 1.000 películas de ficción al año. La pregunta es: ¿Quién ve esas 1.000 películas de ficción? ¿Quiénes, de los 7.000 millones de habitantes del planeta, ven este cine?”, pregunta nuevamente Gómez, quien asegura que España encabeza la lista de países productores de esas cintas (con 275 largometrajes el año pasado, tanto de ficción como documentales), seguido de Brasil, México y Argentina.

“Pero de todos ellos, el país que más ve su propio cine es República Dominicana, lo cual parece ser significativo, porque independientemente de que la producción cinematográfica de ese país, que ha crecido de manera considerable, no sea tan significativa en comparación con la de otros, queda demostrado que el espectador quiere verse a sí mismo”, argumenta el también periodista, especializado en el área cinematográfica.

Las cifras presentadas en el Foro del Cine Venezolano, realizado el mes pasado en Caracas, son “espantosas”, a decir de Gómez. “Son aterradoras cuando pones la lupa en lo que cuesta hacer una película venezolana, en los pocos recursos que se destinan para hacerla, y en los pocos recursos que se destinan para distribuirla y exhibirla”.

“Y ello quiere decir que nosotros como cinematografía, todavía no hemos aprendido a hacer una conexión con los canales de distribución y exhibición que nos lleven a otras partes del mundo de una manera más contundente. Y no solo aquí en casa. Así que te vas dando cuenta de que el problema es bastante complejo. Pero cuando llevas esto a un escenario más grande, como el iberoamericano, te das cuenta de que se adolece de lo mismo. Siguen ese mismo canal de festivales, ese mismo canal de promoción cultural, pero no esa promoción que termina llevándote a una sala de cine, ya no en tu propio país sino en un país vecino. Eso no existe. No existe la posibilidad de que una película venezolana sea exitosa en Colombia, así como tampoco existe la posibilidad de que una película argentina sea exitosa en Venezuela, salvo contadas excepciones como El hijo de la novia”.

«Una de las cosas que queremos explicar entonces con este documental es qué visión tiene ese otro lado de la industria acerca de nuestro cine. A veces fantaseamos con la idea de que un director como Martin Scorsese nos diga si ha visto o no una película venezolana. Probablemente en Francia encontraremos gente que haga referencias más cercanas. O probablemente en España misma. Pero, ¿qué miran? ¿Qué espera el espectador de un festival, que a lo mejor es mucho más informado, acerca de nuestro cine? ¿Es cierto que estamos aún dentro de eso que llaman el ‘realismo sucio’? ¿Es cierto que estamos dentro del realismo mágico? ¿O estamos en una postmodernidad cinematográfica mucho más aguerrida, osada? Lo que queremos es contar nuestra realidad y contrastarla con la mirada de otro que está mucho más allá”, apunta Robert Gómez.

¿Qué por qué un documental? Para Edgar Rocca se trata de un tema personal, pues fue precisamente por esa falta de difusión del cine venezolano –y de todo lo que ocurre en esa área en el país- que tomó la decisión de, una vez graduado de bibliotecólogo, estudiar dirección.

“Un buen día me topé con la noticia de que Benicio del Toro había estado en Venezuela y había visitado una escuela de cine. Solo que cuando intenté buscar más información, me di cuenta de que no existe. Apenas un video corto en el que se ve a Benicio ofreciendo un conversatorio en la escuela. Pero a nadie se le ocurrió en ese momento buscar una cámara de cine y registrar esa visita. Más aún, a nadie se le ocurrió allí hacerle una entrevista de quince minutos. Y ahí dije: ‘Tengo que estudiar cine y aportar mi grano de arena’, explica Rocca, para quien las bases de la industria no están sólidas.

“Por eso se dan estas distorsiones de que viene un actor de Hollywood a Venezuela y nadie puede tener acceso a él. ¿Cuánto aportó esa visita al medio cinematográfico? ¿Cuántos directores venezolanos se sentaron a hablar con él? Esta escuela lo tuvo una hora, pero no tuvo la visión de documentarlo, de registrarlo. Esa anécdota habla ya de un problema de base”, argumenta él, que advierte que podría explayarse entonces a partir de ahí en torno a problemas más graves aún como “películas que se pierden, como en el caso de Simplicio y Yakoo (de Franco Rubartelli), o La boda, de Thaelman Urgelles. Todo eso siembra en mí la inquietud de hacer un documental”, explica Rocca, quien sueña con acercarse a Steven Spielberg, a Martin Scorsese, a Woody Allen y a Jean-Luc Godard para consultarles todo lo que desean.

La idea es terminar esa segunda fase en el primer trimestre de 2018 y pasar entonces de inmediato al montaje del documental. Todo ello gracias a un crowdfunding.

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