Inocencia azotada

 

En su nueva entrega, Jackson Gutiérrez lanza una bomba incendiaria de violencia, asedio y venganza

 

Luis Laya

 

Un amigo muy observador me dijo que las películas de Jackson Gutiérrez eran similares a las de Dogma, y me hizo pensar. En efecto, siento que el cine guerrilla realizado hasta ahora por el realizador caraqueño halla sus claves en cierta semejanza con el mencionado movimiento danés, así como con las posturas renovadoras y radicales que entregaron la nouvelle vague y el cinema verité franceses en los años 60.

Salvando las diferencias y desapegado de “votos de castidad” que lo limiten, el cine de Gutiérrez si se aviene claramente a “normas de estilo” que parecen provenir de un manifiesto duro y conciso, que lo hace palpable y creíble más allá de visiones superficiales que tachen su trabajo como “películas de malandreo”. Obviamente, el malandreo está, y no como dato documental de observación sociológica. Está porque pertenece a la realidad que sirve de escenario a las tramas y ficciones urdidas por Jackson y su equipo de colaboradores.

Pero hay compromisos, evidentemente: con una puesta en cámara intensa que “ve” libremente la vida, metiéndose en los entresijos; porque echa mano de actores no profesionales que mezclan su espontaneidad con la sapiencia técnica de intérpretes más corridos; prácticamente desprecia los efectos especiales y casi todo tipo de artificios para detenerse en la naturalidad de la luz y del sonido ambiente, lo cual imprime realismo.

Las corrientes antes nombradas respondieron, o más bien reaccionaron a lo ampuloso, a lo falso del cine industrial, mostrando historias donde lo importante eran en sí la intimidad, la veracidad y la profundidad de aquellas ficciones. En el cine dogma (o dogma 95) de Lars Von Trier y sus secuaces, se escribieron reglas para que sirvieran más que todo de documentos de adhesión, buscando lo legítimo. Luego fueron rotas una por una. La libertad para hacer un cine así proviene de no depender de grandes presupuestos y por ende de no estar obligados con la producción ejecutiva, por un tema de retorno monetario.

Sin embargo, muchas de estas películas centradas en la complejidad de los traumas humanos y de sus intrincadas relaciones sociales, o aun, en sus reflexiones existenciales y vivencias personales más escabrosas, han obtenido inesperados éxitos de taquilla y provisto de fama a sus autores. Una fama, por cierto, que suele venir acompañada de prestigio artístico, a diferencia de los cineastas que apuestan por un cine masivo y facilista, o llamémoslo así, formulero.

Lo de Jackson Gutiérrez en Inocencia es ya el aterrizaje en un fetiche intelectual. Sus películas responden a determinados rituales que estilizan al barrio de manera imperceptible, apoyándose en lo descarnado de un aparente naturalismo sin afeites, tanto en actuaciones, como en la escogencia de locaciones e historias. Hay un cierto delirio surrealista a lo Tarantino, con un goce por el disparo a quemarropa y el gesto gangsta, que puede escandalizar al desprevenido, pero se convierte en guiño para el que puede observar allí cierta pose deliberada, tributaria del comic, que corre liberada en el guión.

En este sentido, Gutiérrez deviene un autor sumamente inteligente y sofisticado. Sus estampas del barrio se distancian de la reflexión socio-histórica sobre la idiosincrasia y el fracaso del sistema, encontrado frecuentemente en nuestro cine marxista de los años 70-80. Más bien le place detenerse en las historias mínimas, plenas de situaciones rayanas en el melodrama sin filtro, cuidando el lenguaje y su verismo hasta un punto de locura, rozando a veces la perfección documental, aunque siempre bordee el riesgo del amaneramiento. Es en este sentido un estilo de cine, subsidiario de géneros diversos, incluyendo el drama policial y el noir, que requiere un extremo cuidado dramático, pues se mantiene en un equilibrio peligroso.

La película corre bien estos riesgos y los confronta sin evadirlos. No pretende Inocencia aleccionar, a pesar de que las situaciones así como su dedicatoria de colofón apunten al cliché de la violencia de género. Sospecho que Inocencia va más profundo. Para mí las claves están en explorar -con mayor crudeza que franqueza, cierto- las relaciones de los hombres y mujeres jóvenes en los barrios, sumergidos en una catarsis de sexo, amor, drogas y violencia, que puede redimirse a través del amor filial y las posibilidades que ofrece el deporte, el estudio o la huida, vista como salida de emergencia para algunos habitantes del ghetto.

El comentario social se impregna asimismo de las taras culturales de las familias disociadas, que aletean en un sueño rosado de matrimonio y felicidad, inviable en los ambientes ásperos y cínicos del siglo XXI, construidos a punta de redes sociales e inmediatismo consumista. De allí que prefiero mirar a esta película como un territorio libre de sermones y lecciones de corrección política.

Es mordaz, cruel y se muestra impávida ante los ritos de placer efímeros que propone, como bálsamo de la precariedad y la exclusión, la sociedad posmoderna. La naturalidad en el tratamiento del tema de las deudas de drogas y las pandillas, costilla de la cultura hip-hop, es casi total, así como las caracterizaciones de las mamis del barrio, con sus personalidades ricas en matices y gestualidades auténticas, permite a la máscara humana desdoblarse entre una ficción que copia a la realidad y una narrativa que calca los imaginarios instalados por la televisión y los dispositivos móviles.

Más allá de esto, Inocencia funge con eficiencia por los caminos del pop: es imagen, música y entretenimiento puro, sin olvidar la justa dosis de pólvora, luminosidad tropical, tensión y suspense; violencia machista y acción criminal. La peli divierte, angustia, identifica y sublima la roncha del malvivir, como tiene que ser. A veces sobresalta y produce rechazo, pero en general fluye como un producto de nuestra cultura subterránea, ya con texturas acabadas y una solidez técnica (en montaje, ritmo, cámara y posproducción) apreciable, claramente heredero de aquel Azotes de barrio  grabado en video artesanal, en un ya lejano 2006.

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